Continuamos con el tema del perdón, y continúo transcribiendo el capítulo del perdón del fabuloso libro de Mónica Esgueva, “Cuando sea feliz”; con algunos comentarios.
Vivir el presente y entender que el tiempo no retrocede es una regla de oro para liberarnos y disfrutar de cada momento que nos entrega la vida. Debemos razonar que aunque podamos pensar que nos equivocamos entonces (desde nuestra perspectiva actual) o incluso cambiaríamos lo que hicimos si pudiéramos, lo cierto es que es imposible modificar lo acaecido, y además nos comportamos como mejor sabíamos entonces, ¿para qué atormentarnos con ello de nuevo? LA AUTOACEPTACIÓN. Con tanto futuro por delante, debemos absolvernos de lo sucedido para aprovechar lo que nos queda por experimentar. Las decisiones tomadas que consideramos poco acertadas ahora han de alejarse a las prometedoras lecciones vitales. Si nos quedamos suspendidos ante las puertas que se cerraron, no podremos abrir ninguna nueva. La liberación a través del autoperdón para tener un futuro próspero y disfrutable.
Perdonar no es olvidar como si apareciese una amnesia súbita, ni es lo mismo que justificar o excusar, y tampoco implica una reconciliación, pues para ello es condición necesaria que las dos personas que se respetan mutuamente lleguen a un acuerdo tácito. Perdono pero no olvido. La reconciliación requiere la aceptación de errores mutuos, y considerar que con el acto del perdón todos ganan es una de las claves de la resolución de un conflicto. El perdón es la respuesta moral de una persona a la injusticia que considera se ha cometido contra ella. Perdonar no borra el mal hecho, no exime responsabilidades por parte del ofensor, ni niega el derecho a hacer justicia a la persona que ha sido herida. Resulta complicado cuando las heridas aún están sangrando, si bien no hacerlo arrastra resentimiento, amargura, frustración y un desánimo profundo. Nuestros recursos emocionales quedan minados cuando nos abrazamos a ese sentimiento que pretende venganza, pues sólo se puede matar el mal combatiéndolo con el virus del bien. El perdón es una herramienta para volver al equilibrio, la calma y la serenidad. En la mayoría de los casos la pena impuesta al que ofende no evita ni resarce el daño causado, por esto es muy importante el trabajo interior del perdón. Entendiendo el bien como lo opuesto a lo que consideramos el mal.
El perdón es el arma más poderosa que existe. Cuando hemos perdonado un noventa y nueve por ciento, si todavía nos queda ese uno por ciento en el que guardamos rencor, soportamos una aversión que nos servirá para analizar en qué aspectos permanecemos aún atascados, pues aquello que no hemos solucionado continúa regresando una y otra vez. Por ello hay que ser conscientes de que no le hacemos un favor a nadie perdonándole, nos lo hacemos a nosotros mismos. Como escribió el teólogo Lexis B Smedes: “Perdonar significa liberar a un prisionero y descubrir que ese prisionero eras tú.” El trabajo interior tiene que ir dirigido al objetivo de limpiarlo todo lo relacionado con el daño y el agresor, no valen las medias tintas. Si no de poco servirá.
Es obvio que perdonar es complicado, y para algunos, especialmente dificultoso incluso hacer las paces consigo mismo. Se sienten afligidos por no poder condonar sus propios fracasos, alimentan sus errores dándoles vueltas tregua porque se empeñan en mantener abiertas sus propias heridas. Insisto sobre la labor interior de autoaceptación y autoperdón. Fases de un autoconocimiento, tratado en otros artículos, que considero imprescindible para continuar seguro por el camino de la felicidad, del bienestar, del equilibrio interior y exterior.
Son cargas que se obligan a acarrear, arrastrándolas penósamente donde quiera que vayan. La falta de perdón genera abatimiento, y suele producirse por aferrarse al orgullo.
Un engreimiento sutil y destructivo que carcome el interior de la morada personal como las termitas consumen la madera, destruyéndola paulatinamente.
Pedir perdón significa tener que disculparse. Al hacerlo, queda implícito tácitamente el arrepentimiento por el daño infligido al otro, aun cuando éste no se haya producido intencionadamente. Lo ideal es intentar enmendarse en el futuro, y a ser posible, tratar además de reparar el perjuicio causado y retractarse de lo dicho o hecho. Este hecho requiere un convencimiento de que lo haces desde la consciencia absoluta y no como un paso obligado sin sentirlo de verdad. Tenemos un ejemplo claro en la obligación que imponemos a nuestros hijos de pedir perdón cuando realizan alguna acción reprobable, si el niño/a no lo hace desde el convencimiento de que se ha equivocado no servirá de nada.
Pedir perdón con sinceridad supone haberse detenido a recapacitar sobre los sentimientos de la otra persona. Al reflexionar sobre las emociones del otro y nuestro comportamiento, poniéndonos en su lugar, desarrollamos la capacidad de la empatía. Cuando nos arrepentimos de nuestro conducta, tomamos la firme decisión de corregirnos; procurando modificar nuestra actuación en la próxima ocasión, antes de que se nos escape de las manos y tengamos que pasar por el infierno de nuestra propia vergüenza y descontrol. Sin duda un ejercicio de autoconocimiento, relacionado con la empatía y el control de nuestras emociones.
Vivimos en una sociedad de raíces judeo-cristianas, donde las sombras del pecado y el castigo aún están bien presentes, dominan el inconsciente colectivo y reemplazan la armonía y el equilibrio; y como consecuencia de las historias tóxicas que nos han inculcado, tendemos a aceptar estas premisas sin cuestionamiento alguno. Según estos modelos admitidos, resulta natural que aquel que ha errado pague por sus deslices sin posibilidad alguna de remisión, y el que ha dañado no se desprenda jamás del perjuicio que se le ocasionó. Pero ¿a dónde nos ha llevado esta actitud tan estrecha de miras? Recordar cuales son los objetivos del derecho penal, la coacción, a través de la pena, y la reinserción a través del perdón, por la corrección de las actitudes y los comportamientos de las personas, a través de la privación de libertad.
El insigne fraile dominico Henri Lacordaire dijo: “¿Quieres ser feliz un instante? Véngate. ¿Quieres ser feliz toda la vida? Perdona.” Perdonar nos libera, nos ennoblece, nos fortalece y nos permite respirar la brisa de la concordia.
José Luis Mellado Vergel